10 de octubre de 2007

Definitivamente estoy enamorada del mundo. Ese es el problema: no puedo dejar de amar a cada persona, a cada grano de arena, a cada hoja, a cada árbol, a cada gota de agua.
Pero él me hace doler. Me escupe, me quiere vomitar, hace todo para que lo odie. Más de muchas veces pensé en dejarlo, en no volver, en irme lejos. Pero aparecen sus mares, sus playas, sus niños, su gente que se quiere, sus climas áridos y su música que me dan esperanza y yo vuelvo enamoradísima. Me acuesto pensando en que puede permanecer siempre así.
Desgraciadamente, esto no pasa y el mundo no solo es niños y mares y playas; también tiene noticieros y colectivos y elecciones, y es ahí cuando me caigo (o mejor dicho, cuando deseo caerme) al espacio infinito.
Claro que en cuanto encuentro una plaza con una hamaca y un niño, lo amo de nuevo, y no lo quiero dejar nunca más.




No lo voy a dejar.

1 comentario:

Manuel dijo...

O el desamparo del poco amor que nos queda hacia este sobre-vivir errante...